sábado, 3 de diciembre de 2011

Here comes your man

Melania Stucchi



Él está borracho. Con una borrachera siniestra. Con una borrachera de esas que saca lo mejor y lo peor de uno a la vez. Tiene la camisa verde militar, la misma que tenía puesta cuando la conoció. Le manda una mensaje de texto a ella: vení. Ella ya sabe dónde está un viernes a la noche. Puede parecer poético, pero, en realidad, es patético, que suena bastante parecido, pero es diferente. Está en la disco en donde se conocieron. Y él le escribe porque tiene tanto alcohol en la sangre que no puede resistirlo. Pero ella cree que sí, que se puede, que nadie hace algo sin quererlo por más narcotizado que esté. Ni los alucinógenos, ni la ginebra, ni la depresión te convierten en otro, como mucho te sacan un par de inhibiciones, dice ella. La copa de gin puede estar perfumada con corteza de limón, pero el contenido sigue siendo el mismo. Él piensa que es demasiado categórica, que hay muchos grises en el medio, en la vida. Aunque nunca tienen esta conversación. Más bien, la imaginan. Como todo entre ellos. Es una relación imaginaria: ella imagina que él la acompaña, él imagina que ella nunca estará, que será un eterno desearla. Sin embargo es exactamente lo opuesto. Lo que pasa es que cada uno de ellos piensa en su propia felicidad o en su propio padecer, según como se mire. Eso es el amor, por otra parte, por más que, a veces, tenga versiones más domésticas. Ella está un poquito borracha cuando suena el mensaje. Aunque correría a esa disco, completamente sobria, completamente ebria. Va al baño y se maquilla los ojos con delineador negro líquido. Es todo lo que necesita, ya está vestida, siempre lista como los boy scouts. Entra y lo ve, lo observa, se ríe. Es su actor fetiche, impaciente, mirando el celular, esperando su respuesta. Pero si estoy acá y no me ves y me buscás en tu teléfono, me buscás en otro lado. Se acerca y le dice hola. Y él, después de tantos saludos fingidos y distantes, se le tira encima, grosero, apasionado, borracho. El chicle que tiene ella en la boca pasa a la boca de él. Se besan con chicle, se pegotean. Se apoyan en las paredes negras de la disco. Él la toca, como si por un ratito le gustara que fuera real. Ella lo siente y se deja manosear y disfruta del placer de ser tocada por un enfermo. Hay algo del sabor de la victoria en esas manos desesperadas. Suena "Here comes your man" y él se la canta en el oído. Bueno, en otro mundo se la canta, no en este. En la realidad, él se imagina que ella se imagina que él se la canta. Y, aunque quiera hacerlo, no lo hace, para decepcionarla. Ella sabe que él quiere decepcionarla y lo provoca y le pregunta por qué no me la cantás. Y él la mira con cara de borracho, porque está borracho, como si no entendiera de qué le está hablando. Es tan complejo el juego que ni yo, que cuento la historia, lo entiendo. Y, entonces, ella se le acerca y le susurra: "Take me away to nowhere plains,there is a wait so long, so long, so long, you never wait so long". Porque ella siempre hace lo que los dos saben que debería hacer él. Se toman otro gin- tonic, a la salud de los cubatas.
A la mañana siguiente, solo tienen mal aliento.
Esto está mal.
Y yo qué puedo hacer.
Vos tendrías que haber sido la voz de la razón. ¿No te das cuenta de que basta una chispa para que se prenda este fuego?
No seas tan cursi, tan melodramático, piensa ella, pero no lo dice, porque, al igual que él, tiene muy mal gusto para los sentimientos.
Te gusta sufrir, tarado. No tanto como a vos, querida.

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