miércoles, 25 de enero de 2012

Una anécdota de París

Juan Terranova

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Buenas noches, me pidieron que trajera una historia de sexo o amor y la verdad es que no tengo una historia para hoy, para ahora. Así que pido disculpas. Tengo sí una anécdota. Espero que les guste porque a mí me trae muy buenos recuerdos. Lo que les voy a contar pasó hace mucho, quince años, digamos. Yo había tenido un período de abstinencia sentimental muy grande. Había estado en Alemania cuatro meses larguísimos y había tenido sexo una sola vez. Una sola vez en cuatro meses. Así que cuando llegué a París fue como salir de la cárcel. No sé cómo funciona la abstinencia en ustedes, pero creo que funciona de la misma manera en todo el mundo. Uno va entrando en una zona mental bastante brumosa. Así que en París frecuentando la Videotheque de Les Halles conocí una italiana. Era de Torino. Vimos unas treinta películas juntos. Una película muda, un estreno, un documental a las tres de la tarde de un sábado nublado, una película de Pasolini, una película sobre Pasolini, otro documental sobre el Bois de Boulogne, otro estreno. Nos citábamos a una hora, siempre en una esquina diferente. En la oscuridad de la sala, la sentía respirar y se me aceleraba el corazón. Cada tanto, pero muy cada tanto, me entretenía con lo que pasaba en la pantalla. Fueron dos meses de vernos así. Yo a veces pensaba que podía ser, que ella me iba a aceptar y otras que no, que me iba a rechazar. ¿Dije que tenía veintidós años? Y ella hablaba muy bien el francés y obviamente muy bien el italiano, y me contaba que su padre la había llamado y le había dicho que el patio de su casa había amanecido todo nevado. Finalmente una noche fría, tomamos en el Boulevard Montmartre un taxi muy caro que nos dejó en Montparnasse, el barrio donde ella vivía, y en la puerta de su piso de estudiante me preguntó si quería subir. Me acuerdo que había un árabe borracho en la escalera. Me acuerdo cuando abrió y cuando cerró poniendo la traba. Eso me dio cierta seguridad. Tomamos una taza de café y entonces, me aflojé y le hablé en español, le conté todo, mi viaje precipitado a un pueblo del sur de Alemania, lo mal que la pasaba en la universidad en Buenos Aires, los libros que había leído en mi retiro espiritual, le dije que había aprendido muy poco alemán y que la vida secreta a la que me había auto-sometido había sido dolorosa y horrible. Gracias a Dios no le conté de las tediosas masturbaciones con la televisión encendida de fondo. Creo que los dos estábamos muy nerviosos. Pero entonces ella me pidió que parara y dijo: "No te entiendo nada". Y me besó y me habló en italiano, en un italiano muy claro, muy pausado. Me dijo que estaba nerviosa porque hacía meses que no invitaba a nadie a subir a su casa. Fue el principio de algo emocionante y hermoso, esa noche, en París. Y ahora creo que crecer es aprender a acortar la distancia entre nosotros y nuestros deseos. Y que el principal obstáculo que presenta esa distancia está hecho de una inseguridad y un miedo que sólo nosotros percibimos. Eso es todo. Muchas gracias. Salud.

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